Una nueva estrategia para las rabietas en casa.
Una tarde más, justo en el momento de asignar los turnos del baño, en esta casa en la que vivían un niño de 4 años y su hermana mayor de 5, surgía el mismo conflicto y la rabietas de uno de ellos:
- Cuando el más pequeño no era el primero en bañarse, se ponía a tirar cojines, alzar la voz insultando a su hermana, llamar a su padre “malo”, dar golpes y pataletas.
¿Qué harías tú? Te digo las alternativas ya puestas en práctica otros días:
- Hacer reflexionar a la hermana mayor de que al ser más pequeño su hermano, estaría más cansado, y le cediese el turno.
- Retrasar el baño de la hermana mayor, para atender el momento de enfado del pequeño (poner límites al comportamiento, ayudar a identificar sus emociones…), hasta que no se calmaba el pequeño la mayor seguía sin bañarse.
- Bañar a la mayor, pero a la vez contestar a los comentarios del pequeño ofreciéndole pautas verbales para que regulara su comportamiento.
Con el tiempo se demostró que ninguna propuesta era eficaz, pues se repetía la escena cuando el menudo no era el primero en ser atendido. Hasta que una tarde, tras reflexionar sobre cómo había tratado como si fuese “invisible” a la mayor para satisfacer las necesidades del pequeño, decidí cambiar las tornas y pasó lo siguiente:
- Le di la pauta a su hermana para que no hiciera caso a lo que escuchara de su hermano, que disfrutase de su momento de baño, y que luego pasaría a leer su cuento preferido. Mientras tanto invadían el espacio los gritos y golpes en el sillón del pequeño quien, está vez, fue invisible para mí. No contesté ninguno de sus comentarios, ni corregí “directamente” de forma verbal su comportamiento y al cabo de 9 minutos, se hizo un silencio en la casa.
Tras dejarla leyendo en su cuarto, pude observar cómo había quedado el salón tirado: cojines por el suelo, funda por el suelo, mantas… El pequeño había provocado con su enfado un huracán. Entonces fui a ver dónde estaba, lo encontré tapado debajo de las sábanas en su cuarto y le dije que cuando necesitara hablar conmigo, que fuera al sillón.
¿Sabes qué ocurrió?
Acudió sobre la marcha y, subiéndose encima, me pide perdón. Le pregunté varias cosas: ¿cómo te sentías? ¿para qué tiraste todo? ¿qué has conseguido?
Sus respuestas, en mismo orden a las preguntas:
- Para que mi hermana no se bañase.
- Enfadado porque me quiero bañar yo contigo.
- Nada.
Y automáticamente, sin decir nada, se puso a recoger todo. Al acabar preguntó, ¿me bañas papá? Por supuesto hijo. Aproveché su momento de baño para ayudarle a comprender y comprenderse, en contra de lo que pudiera parecer, “no hacer nada, a veces es hacer mucho”.