Infancia

¿Nos perdonamos? Enseñando el valor moral del perdón

En ciertas ocasiones nos invaden la tristeza y la melancolía por experimentar que no conseguimos ayudar a nuestros hijos como nos gustaría. Depende del grado de exigencia de cada uno de nosotros, hasta dónde nos «castiguemos», por no llegar a ser la expectativa del modelo educativo que queremos.

Contemplé cómo educaban a esta pareja de hermanos, bajo la premisa de saber pedir perdón. Esto consistía en que se dieran cuenta de que, con un gesto, una palabra o un golpe, hacen daño a otra persona, y lo que hay que hacer cuando esto sucede es «pedir perdón». Sin embargo, ocurre como cuando te subes al coche, que automatizas el movimiento de ponerte el cinturón, no por haber tomado consciencia sobre el riesgo de tener un accidente y fallecer por no llevarlo puesto, sino porque hay una «norma» que si la incumples, te multan. En edades tempranas, hemos adiestrado en el uso de la palabra «perdón», sin enseñar realmente de qué trata el mismo, porque de no hacerlo tus padres te ponen mala cara, o no te dejan seguir jugando.

Cuando con las primeras pataletas nos interponíamos entre ellos y lo que estuvieran tirando, jamás lloramos delante de ellos, porque esos «pequeños golpes», no nos dolían porque somos adultos. Pero qué hubiera pasado con ellos al ver nuestro rostro de dolor y cómo se deslizan lágrimas por nuestras mejillas como a ellos. Hubiesen aprendido que cualquier gesto, por pequeño que sea, causa dolor en los demás y, con ello, a desarrollar su empatía ¿Los hemos protegido en esto también o hemos querido mostrarnos más fuertes que ellos?

Los protegimos tanto, que no aprendieron a protegerse de sí mismos.

Que normalicen desde pequeños que el perdón no es sólo un acto de educación y civismo, sino una palabra que se dice tras haber tomado conciencia de las consecuencias de lo que hacemos, además de saber identificar nuestras emociones cuando vemos a alguien sufrir. El sentido que debemos de darle al perdón,  es para con ellos mismos, es decir, aprender a responsabilizarse de sus acciones, para que no se repitan. En caso contrario, seremos testigos de una generación que pide perdón antes de golpear, en la que el valor del respeto ha sido sustituido por la indiferencia.

Otro gran regalo que ofrecer a nuestros hijos es mostrar nuestras lágrimas porque siempre surgen como respuesta natural a algo que nos sucede. Cuando nos esforzamos en ocultarlas, rechazamos nuestra propia naturaleza.

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