Infancia

Miedos «de mentira», por tu bien hija mía.

Entre pasillos de un gran centro comercial, a diario se repite esta escena: niña por los suelos gritando y pataleando y un padre advirtiendo a su hija de todas y cada unas de las personas que se la van a llevar si no hace caso a sus palabras.

Los más solicitados para esta tarea son: el señor con cara de enfado que pasa por el pasillo con su carro de la compra, el guarda de seguridad del centro comercial, la policía o incluso el temido hombre del saco, “que se lleva a los niños que no se portan bien, que no hacen caso a los mayores”.

Es un modelo de crianza de padres y educadores, que instrumentalizan las emociones para que un niño “haga” lo que se espera de él.

Al no tener herramientas internas de gestión de nuestras emociones y por influencia de la “presión social” de evitar llamar la atención ante un espectáculo que monten los pequeños, cuando vivencian la emoción de la rabia o la ira, lo que hacemos es provocarles mediante el miedo, indefensión y abandono.

Estamos con ello castrando emociones “no aceptadas” socialmente por otras que sí, como es el miedo (“el miedo a la insignificancia es una de las epidemias modernas”, Elsa Punset), este modelo creará arquitectos del chantaje emocional, capaces de boicotear a familiares, pareja, amigos, compañeros de trabajo… porque han aprendido que mediante el miedo pueden manipular para obtener lo que quieran.

Una alternativa más “natural” sería aceptar por nuestra parte los motivos que hacen que se enfade el niño, ayudándole a que aprenda a separar comportamientos asociados al enfado, pues el que grite, dé pataletas o golpee, también es una elección que se aprende con una “lección”. No en un día, sino en muchos. Podemos entrenarles y prepararlos, evitando así muchas de estas situaciones que se repiten.

Darles su espacio sin invadirles, atosigarles, evitando mensajes castradores (que proyectan más nuestra necesidad de ejercer control sobre la espiral de su explosión emocional, por una evaluación negativa de nosotros mismos como padres), aceptando su enfado, poniendo límites con amor y, lo más importante, sin desautorizarnos (somos sus referentes educativos, que no se nos olvide).

Cada vez que nos restamos autoridad los más pequeños perciben nuestras carencias e inseguridades, además del escaso control de nuestras emociones ante situaciones que nos provocan ansiedad.

Mantener la calma y serenidad, aprovechando la oportunidad frente esta “desagradable” situación para dar una “lección” a nuestro pequeño. Porque eso no lo haría jamás “el hombre del saco”.

Esta lección, es similar a cuando enseñamos a nadar a los pequeños, lo hacemos sentados con ellos en la orilla del mar. La vida emocional también tiene su orilla, y «el mundo debe pararse», para poder enseñarles a navegar en su mar de emociones, aunque para ello tengamos que remangarnos, para comprenderlos y atenderlos.

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