Adolescencia

Porque también sufren en la Adolescencia…Son el vaso de agua en el que se ahogan…

Simplemente, ocurre, pasan esa línea imaginaria en el tiempo de la vida en tras la que quedan los gateos de la niñez y los primeros pasos de la infancia, para transitar por el «fango» de la adolescencia. Si vives siendo padre o madre de un adolescente, quizás estés de acuerdo conmigo en que los adolescentes «viven siendo el vaso de agua en el que se ahogan», o mejor dicho: «viven creyéndose incapaces de salir de sus problemas».

Lo más excitante, catastrófico, importante, lo que no puede esperar, lo que nadie escucha, a lo que nadie le da importancia, le ocurre únicamente a ellos (tienen la certeza de que es así).

Para sus padres no existía otra vida que la de ellos, el mundo giraba entorno a sus derechos, privilegios, sus intereses, deseos, necesidades y caprichos, jamás tuvieron conocimiento de que existieran «deberes» y «responsabilidades».

Simplemente ocurrió, un día ese adolescente escucha de sus padres las tres frases mitológicas, que marcan el punto final de su infancia para dar paso a  nueva etapa de vida y que son las siguientes:

PRIMERA- Bastante he hecho por ti, me toca recuperar mi vida.

SEGUNDA- Llevo toda mi vida sacrificada dándote todo lo que pedías.

TERCERA- Ahora me lo pagas así, YA ES MOMENTO de que seas autónomo y ayudes en casa con tus cosas, a partir de ahora tu ropa, calzado y juegos, son tu responsabilidad y además, controla tus emociones, me saca de quicio verte gritar y cogerte pataletas como cuando tenías 4 años, y te las tenía que aguantar porque eras pequeño.

¿Cómo continúan los primeros compases de esta etapa? Prosiguen en una guerra cruzada de chantajes emocionales, atrincherados en el orgullo y las continuas justificaciones entre padres e hijos. Alrededor de esta situación se aglutinan comentarios de adultos que «de repente» son expertos en cómo educar a tus hijos. Auténticos especialistas en psicología y educación a los que habría que recordarles que ellos reían muchas de las gracias que hacían estos niños o, por ejemplo, les compraban por reyes juegos para la PS3 con alto contenido violento y agresivo (y luego se horrorizaban por cómo los menudos les gritaban a sus padres) Se les olvidó que además de criticar, todos educamos, y que en muchísimas situaciones del día a día de su infancia han preferido mirar para otro lado y ser críticos a espaldas de esos niños, que ahora son adolescentes, a los que les exigen unos aprendizajes que jamás les han enseñado.

A lo largo de la escolarización de un niño se van construyendo aprendizajes un curso tras otro, por ello, para un chico de 14 años le es familiar por ejemplo en 2º de la ESO, ponerle el nombre a partes del cuerpo humano, lo que ocurre es que a estas alturas, ya sabe poner más nombres, pues cada curso se le añaden nuevos aprendizajes, se amplían los anteriores, pero ¿qué ha ocurrido con la educación en casa, en familia? Hemos cometido el error de dar por cierto que el tiempo pone las cosas en su lugar, que los chicos cambian por sí solos, pero no es así, para que las cosas cambien debemos de cambiar nosotros primero, el tiempo es solo una herramienta con la que podemos probar y probar nuevas estrategias de enseñanza, porque lo que no se enseña no se aprende. Viven siendo el vaso en el que se ahogan, porque no aprendieron lo contrario. Mientras tanto, la sociedad en general desespera desde la queja y el alarmismo sobre los problemas de la juventud, sin ser conscientes de todo lo que el «mundo del adulto» ha puesto en las manos y corazones de miles de niños.

Niños que son incapaces de parpadear ante una escena sangrienta en la televisión, porque lo han normalizado, castigándose y fustigándose unos a otros, que a diferencia de Messi, que para salir en la portada de un periódico de tirada nacional, tuvo que ganar «Balón de Oro», ellos tienen que suicidarse dejando atrás una carta de despedida para sus padres; a partir de este momento ya son noticia.

Sin embargo el problema son los jóvenes, ¿verdad? Seguramente los adolescentes sean en sí mismos el vaso de agua en el que se ahogan, pero quiénes llenamos esos vasos, somos los adultos.