Exigencia y soledad durante la crianza
En una época en la que hasta «jugar se ha convertido en un trabajo» (Byu Chull Han), la crianza cada vez supone para madres y padres una actividad de su día a día muy estresante por las expectativas que la sociedad delega en la familia. Con la soledad como compañera de viaje durante esta etapa.
Las jornadas de trabajo se cruzan con días llenos de acciones para nuestros hijos e hijas, la crianza ha pasado de ser un momento de liturgia con nuestros pequeños y pequeñas, a la secuencia estresantes de traslados en coche para acudir a diferentes actividades, además de la vuelta a los estudios por todos y todas, ya que muchas tareas que se envían a casa requieren que nos convirtamos en «profe en casa».
A todas esas piedras en el camino, le añadimos que como sociedad hemos dejado de ser tribu, «uno para sí misma, y nadie para todas», son las raíces que la ideología neoliberalista arraiga en nosotros y nosotras. En los «maravilloso» años 80 y 90, las infancias carecían de muchos de los recursos materiales de los que disponemos hoy en día, pero se construían en una base «tribal», comunitaria y colaborativa.
Recuerdo el barrio en el que vivía, no hacía falta el Facebook ni Instagram para transparentar lo que hacías. Siempre había un vecino o vecina que estaba al tanto de lo que ocurría en la calle y ante cualquier situación se acercaban a educarte o inclusive tocarte en la puerta de casa para hablar con tus padres. La educación se percibía como algo común no individualista.
El individualismo ha calado tanto, que por ejemplo en los hogares es más frecuente que cada miembro tenga su propio perfil de Netflix y vea sólo lo que le gusta e interesa. Hasta el ocio compartido se está viendo afectado por este modelo social, que nos fragmenta no sólo como sociedad sino hasta en las unidades familiares. No hay tiempo para lo que no «es como tú», para lo que «aún no conoces». La curiosidad y la sorpresa viven en sus tiempos más bajos.
Soledad en una crianza invadida
Existe en el ámbito escolar el mito de «la soledad del aula», referida al sentimiento del o la docente que se encuentra dentro de cuatro paredes aislada de todo, sin ayuda. Hoy en día, las familias nos encontramos ante la «soledad en la crianza». Con un estilo de vida cada más fragmentado en tiempos y espacios, sin la oportunidad de generar vínculos de manera tranquila ya no sólo con nuestros hijos e hijas sino con el resto de familias. Vamos haciendo una carrera de relevos hora tras hora del día, tropezándonos con obstáculos que frenan en gran medida el desarrollo madurativo de forma sana de nuestros hijos e hijas.
Inteligencia artificial
La recién llegada Inteligencia artificial, que con usos como Chats Boots ocupan espacios de diálogo que en otras épocas nuestros hijos e hijas mantendrían en familia. Vemos cada día como nos invaden agentes que no tienen ni piel ni huesos, ni tan siquiera emociones. Hoy, más de la mitad de las personas jóvenes —más del 50 % según Peninsula 360 Press— ha recurrido alguna vez a chatbots de inteligencia artificial para gestionar emociones, pedir orientación o sentirse acompañada en momentos de vulnerabilidad.
¿Invaden espacios en los que no estamos las personas por estar hiper-ocupadas?
Redes sociales
La presión recibida de modelos sociales a través de las redes sociales en las que están expuestas nuestras hijas e hijos. Según datos citados por The Conversation, más del 95 % de los adolescentes utiliza redes sociales a diario, y alrededor de un 70 % afirma haber sentido presión para encajar en modelos estéticos o de estilo promovidos en estas plataformas.
¿La ausencia de espacios de encuentro no digitales aleja de modelos sociales con valores a nuestros hijos e hijas?
Cambiando de canal
Tras los párrafos anteriores, me pregunto ¿y qué más podemos hacer desde casa? Ya no sólo nos encontramos ante una encrucijada social entre nuestra propia maternidad y paternidad frente a nuestro desarrollo personal y profesional, sino que además hay «invitados» que interfieren a diario y a todas horas en la vida de la infancia y adolescencia. Creo que la batalla está perdida si se afronta desde la «soledad del hogar», bajo ese paraguas además de ponérnoslo más difícil nos atribuimos y exigimos más, como si la educación de un hijo o hija «dependiera sólo del hogar», sólo de nosotros y nosotras. Ocupamos un lugar privilegiado para educarles pero no es el único espacio de aprendizaje para ellas y ellos.
Lo que aprenden nuestros hijos e hijas depende de muchas capas de contacto con otras personas, grupos sociales y lugares. Aquí se encuentra la oportunidad, no de diluir nuestra responsabilidad, sino de reforzarla. Ideas para lograrlas, no son nada innovadoras ni transgresoras, nos criamos con ellas:
- Crear y reforzar espacios de encuentro con otras familias. Vincularnos con otras familias desde la curiosidad no desde el juicio de valor, pues nos encontramos todas en la misma orilla. Compartir una merienda, ir a ver una competición deportiva.
- Ocio compartido «off line» con otros niños y niñas, como espacio de aprendizaje.
- Aceptar que no existe una única forma «correcta» de educar.
- Apertura de nuestros hogares a los «hijos e hijas» de los otros, desde el cuidado y el afecto.
He reservado para el final, la que podía dar respuesta el título del post. La identifiqué en la película documental de Weyne Dyer, «El Cambio» y el ejercicio se llama practicar la NO INTERFERENCIA. La encontrarás a partir del minuto 46. Disfrútala.


