El cuento del león y el vínculo con la infancia
Si hay narrativas que me encantan son los cuentos, fui un aficionado empedernido allá por el año 2000 del magnífico Jorge Bucay, que con su acento argentino seducía al silencio con sus «Cuentos para pensar». Al referirme al vínculo afectivo cuando hablo con familias y amigos, utilizo uno por su poder de ejemplaridad; el de un león y su bigote. Originalmente esta historia pertenece a la cultura Etíope, pero existen muchas variaciones del mismo que te habrán llegado a tus manos desde diferentes autores.
La mujer y el león
Según una antigua leyenda etíope, hace muchos años, en un poblado vivían un hombre y una mujer que estaban viudos, aunque todavía eran jóvenes. Todos los días, ambos iban al mismo pozo. Ella iba a sacar agua para las necesidades de la casa y él llevaba su ganado para abrevar.
Con el paso del tiempo se enamoraron y decidieron casarse. La alegría de la mujer fue grande cuando se fue a vivir a la casa de su nuevo marido porque éste tenía además un hijo, y ella no había tenido hijos con su marido anterior. La mujer le preparaba cada día su comida favorita y era muy amable con él, pero el niño todavía lloraba la muerte de su madre y se mostraba enfadado con la nueva mujer de su padre, rechazando sus muestras de afecto. A pesar de todos los intentos de la mujer por hacerse querer, el niño la ignoraba. Incluso se negaba a dirigirle la palabra.
Transcurrido un tiempo, la mujer, llena de decepción y tristeza, fue a buscar la ayuda de un hechicero que vivía en una colina cercana.
-¡Por favor, prepárame una poción de amor para que el hijo de mi marido me quiera! suplicó la mujer muy angustiada.
-Puedo preparártela -le contestó el hechicero- pero los ingredientes son muy difíciles de obtener. Debes traerme tres pelos del bigote de un león vivo.
La mujer suplicó que le pidiera otra cosa porque aquello le parecía imposible de conseguir ya que, al acercarse, el león la devoraría. Pero el hechicero insistió en que ésa era la única forma de conseguir lo que quería.
Se fue afligida pero dispuesta a intentarlo, porque era mucho lo que ya quería a aquel niño. Con el nuevo día, cogió un cuenco con abundante comida y se dirigió a un lugar donde vivía un león muy grande. Y esperó. Pasado un tiempo, lo vio venir. Al oír su rugido, dejó caer el cuenco y huyó.
Al día siguiente fue otra vez con más comida al lugar donde vivía el león, esperó a que apareciera y dejó el cuenco en el suelo antes de marcharse.
Cada día le dejaba más cerca la comida y esperaba un poco más antes de irse.
En cierta ocasión decidió esperar a que el león comiera la carne para mirarle desde la distancia. Otro día se puso lo bastante cerca como para poder oír su respiración y, al cabo de un tiempo, se acercó tanto que podía olerlo. Siempre le decía palabras suaves y amables. Después de mucho, mucho tiempo, consiguió quedarse cerca de él mientras comía.
Y llegó el momento en que el león se mostró tranquilo en su presencia; se estiraba y dejaba que le acariciase el lomo, pareciendo relajado y feliz. Así que la joven mujer decidió que había llegado el momento de cumplir con su objetivo. Y un día, mientras acariciaba la cabeza del león y le hablaba suavemente, tomó tres pelos de su bigote sin que el león lo notara.

-Gracias, querido amigo -le dijo llena de alegría-. Entonces se fue directamente a la colina para dárselos al hechicero.
-Aquí tienes, te he traído los pelos de un león vivo -anunció entregándolos al hechicero, que estaba sentado fuera de su cabaña frente al fuego.
-Ya veo que los tienes -dijo el hechicero sonriendo, mientras examinaba los tres pelos.
E inmediatamente, ante la mirada atónita de la mujer, los tiró al fuego.
-Pero, ¿qué has hecho? -le gritó ella. ¡Eran para la poción de amor que me ibas a preparar! ¿Sabes lo difícil que ha sido para mí conseguirlos? He necesitado meses para ganarme la confianza del león.
-¿De verdad crees que el amor y la confianza de un niño pueden ser más difíciles de conseguir que los pelos de un animal salvaje? -le preguntó el hechicero.
La mujer comprendió enseguida lo que el hechicero trataba de decirle. Gracias a su paciencia y constancia a lo largo de los meses y a sus formas suaves de acercarse al león, se había ganado la confianza del fiero animal. Así que a partir de ahora se acercaría al niño poco a poco, respetando sus necesidades y sus sentimientos; sin imponerle nada, pero sin por eso abandonar su propósito.
Después de un tiempo, el niño empezó a recibir de buen grado las muestras de amor de la mujer, hasta que finalmente la aceptó como su madre y la dejó entrar en su corazón.
El pelo del león y el vínculo
Esos pelos del bigote representan no sólo la cercanía que podemos llegar a tener respecto a una persona con la que ya nos hemos vinculado, en las dos orilllas (ella también con nosotros). Sino, que además visibiliza la confianza que hay para poder compartir un momento que puede ser altamente desagradable, de dolor y tristeza; no sólo estamos presentes para lo que sí es agradable.
Paciencia siempre es el gran ingrediente, pero no es el único, pues sin perseverancia podría convertirse en pachorra o desgana, mantener ese vínculo es alimentar ese fuego, es no dejar soplar de aire una llama. Imagina que fuera al revés, que el león necesitara algo de la mujer del cuento, seguramente que al acercarse ella saldría corriendo o se escondería. Para nuestros hijos e hijas, alumnado nuestra posición de adultos nos configura como a ese león, con un poder que ellos ni ellas tienen. Aceptar esto, es tener claro:
- La profunidad del vínculo no se obtiene por la consanguinidad.
- El exceso de frío y calor queman por igual en la piel. Ten en cuenta esto en la distancia de «seguridad» que mantengas frente a ese león o leona.
- Siempre pueden haber situaciones externas que boicoteen el vinculo con nuestros hijos e hijas (hay muchos más animales en el reino animal).
Por todo lo anterior, no pierdas el desánimo porque tardes en acercarte y ganarte su confianza. A medida que crecen las distancias no son más largas pero si más profundas, respétalas.
PD: Texto realizado 100% con Inteligencia Naturalmente Humana.


