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Carta pidiendo PERDÓN, del «verdugo» de tu hijo. NO al Bullying.

Esta carta es para tu hijo, soy su «verdugo» (tal y como me apodaste en la carta que me dirigiste), y estoy entregado en este momento a disculparme con él, ruego que le permitas leer estas líneas.

Vivo hipnotizado por las agujas del reloj, que suenan desde el pasillo del correccional para menores, en el que me encuentro aislado a consecuencia de la sentencia por haberte acosado y humillado en el Instituto. Ahora mismo cumplo una condena de 16 meses.

Los primeros días y meses seguía buscándote en mi imaginación, con la fantasía de poder cargar sobre ti toda mi rabia, la misma que me llevó a estar tras estos barrotes.

Tu aspecto débil, con esa carita de niño «diez» y «perfecto», que estudia y trae las tareas hechas, al que tanta atención y alagos te daba nuestro tutor, Don Enrique. No te falta nada en tu día a día, sueles venir con alguno de tus padres al instituto, y se despiden de ti con un abrazo o un beso.

Con cada colleja e insulto que te daba lo que externalizaba era la frustración de no saber quién soy, pues, el atacarte me hacía importante ¿Te acuerdas las primeras veces? Los compañeros de clase sacaban el móvil y nos grababan, en pocas horas el enlace tenía miles de visita en Youtube, y se expandía por WhatsApp como la pólvora, «jamás me había sentido tan valioso», en una sociedad que da por válido lo que se cuantifica (likes, visitors, views…).

Hoy quiero reparar contigo el daño que te he hecho, sin aprenderlo de nadie, pues conmigo nunca lo han hecho. Desde muy pequeño soñaba con un héroe que parase la agonía de escuchar las vejaciones de mis padres, por no ser como ellos esperaban (fueron los primeros en mostrarme el camino para «dominar» a otros con la fuerza), también soñaba con un héroe que viniera a casa a estar conmigo por las tardes, hasta que llegaran mis padres «cansados» de sus largas jornadas de trabajo (pasaba las tardes solo desde que salía de clase), y por último, soñaba con alguien que realmente me quisiera y diera cariño (no comprándome regalos con los que mantenerme ocupado).

Todas mis carencias las proyecté en ti, pues realmente fue mi envidia hacia la vida que llevabas y cómo eras, lo que me movió a hacerte daño. Hoy te siento reflejo de mi dolor, víctima de mi silencio y rey de una vida que añoraba.

Encuentro la forma de perdonarme a mí mismo, cuando soy capaz de ponerme en tu lugar, y manifestarme con mi más rotundo «PERDÓN».

La genética carga el arma y el ambiente aprieta el gatillo (Elliott P. Joslin.).

 

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